Caminaba triste, taciturna. Intentando hacer caso omiso a los pedazos del músculo cardiaco que iba perdiendo por el camino.Centraba sus pensamientos en las hojas del otoño que hacían esfuerzos por no caer, en el cielo gris que amenazaba lluvia, en las baldosas que la miraban desde abajo, en los coches que pasaban, en el viento, en cualquier cosa... Cualquier cosa que no fuera fijar la vista atrás y hacerse una idea de lo que había perdido.
Porque sabía que si lo hacía, moriría en ese instante. Sabía que si dejaba de hacerse la fuerte, se derrumbaría en medio de la avenida ante los ojos de todos los transeuntes a quienes no le importaba. Lloraría, gritaría, se le desgarraría la garganta con cortes profundos al intentar acallar todo su dolor, se arrancaría la piel a tiras, sabía que podría llegar a desmayarse por la pérdida de oxígeno, suplicaría, las dudas corroerían sus entrañas y le machacarían el espíritu. Las lágrimas le empañarían la vista hasta el punto de no ver ni sus propias manos, miles de puñetazos acosarían su pecho haciéndola retorcerse sobre sí misma. Sabía que si miraba atrás, sería maltratada por el recuerdo y la soledad, le estirarían del alma y le arañarían las fuerzas. No moriría, pero desearía morir en ese instante, sola y en medio de la calle. No hay mejor muerte que la instantanea cuando al fin eres consciente de lo que has perdido. Y ella sabía que si miraba atrás, se le congelaría la sangre del frío y aquello iba a ser más insoportable, casi tanto como la idea de seguir caminando solaSabía que si se daba la vuelta en ese mismo instante, haciendo caso a su corazón e intentando recordar su sonrisa, se le caerían las alas y se abriría el cráneo contra el suelo.
Y por eso caminaba triste, taciturna. Intentando centrar su atención en cualquier
otra cosa... En las hojas, en las baldosas...
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