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Eres bienvenido :)
26 de noviembre de 2009
Sigue caminando, pequeña...
Caminaba triste, taciturna. Intentando hacer caso omiso a los pedazos del músculo cardiaco que iba perdiendo por el camino.Centraba sus pensamientos en las hojas del otoño que hacían esfuerzos por no caer, en el cielo gris que amenazaba lluvia, en las baldosas que la miraban desde abajo, en los coches que pasaban, en el viento, en cualquier cosa... Cualquier cosa que no fuera fijar la vista atrás y hacerse una idea de lo que había perdido.
Porque sabía que si lo hacía, moriría en ese instante. Sabía que si dejaba de hacerse la fuerte, se derrumbaría en medio de la avenida ante los ojos de todos los transeuntes a quienes no le importaba. Lloraría, gritaría, se le desgarraría la garganta con cortes profundos al intentar acallar todo su dolor, se arrancaría la piel a tiras, sabía que podría llegar a desmayarse por la pérdida de oxígeno, suplicaría, las dudas corroerían sus entrañas y le machacarían el espíritu. Las lágrimas le empañarían la vista hasta el punto de no ver ni sus propias manos, miles de puñetazos acosarían su pecho haciéndola retorcerse sobre sí misma. Sabía que si miraba atrás, sería maltratada por el recuerdo y la soledad, le estirarían del alma y le arañarían las fuerzas. No moriría, pero desearía morir en ese instante, sola y en medio de la calle. No hay mejor muerte que la instantanea cuando al fin eres consciente de lo que has perdido. Y ella sabía que si miraba atrás, se le congelaría la sangre del frío y aquello iba a ser más insoportable, casi tanto como la idea de seguir caminando solaSabía que si se daba la vuelta en ese mismo instante, haciendo caso a su corazón e intentando recordar su sonrisa, se le caerían las alas y se abriría el cráneo contra el suelo.
Y por eso caminaba triste, taciturna. Intentando centrar su atención en cualquier
otra cosa... En las hojas, en las baldosas...
Porque sabía que si lo hacía, moriría en ese instante. Sabía que si dejaba de hacerse la fuerte, se derrumbaría en medio de la avenida ante los ojos de todos los transeuntes a quienes no le importaba. Lloraría, gritaría, se le desgarraría la garganta con cortes profundos al intentar acallar todo su dolor, se arrancaría la piel a tiras, sabía que podría llegar a desmayarse por la pérdida de oxígeno, suplicaría, las dudas corroerían sus entrañas y le machacarían el espíritu. Las lágrimas le empañarían la vista hasta el punto de no ver ni sus propias manos, miles de puñetazos acosarían su pecho haciéndola retorcerse sobre sí misma. Sabía que si miraba atrás, sería maltratada por el recuerdo y la soledad, le estirarían del alma y le arañarían las fuerzas. No moriría, pero desearía morir en ese instante, sola y en medio de la calle. No hay mejor muerte que la instantanea cuando al fin eres consciente de lo que has perdido. Y ella sabía que si miraba atrás, se le congelaría la sangre del frío y aquello iba a ser más insoportable, casi tanto como la idea de seguir caminando solaSabía que si se daba la vuelta en ese mismo instante, haciendo caso a su corazón e intentando recordar su sonrisa, se le caerían las alas y se abriría el cráneo contra el suelo.
Y por eso caminaba triste, taciturna. Intentando centrar su atención en cualquier
otra cosa... En las hojas, en las baldosas...
23 de noviembre de 2009
Amor de piedra [4/4] Desenlace
Volviéronse a escuchar los truenos, la violenta lluvia que arrasaba con todo y, el viento que ahora traía una deprimente sinfonía de corazones rotos y muerte.
Aullaron de nuevo los lobos, con tristeza. Y, se cerró aún más la noche dejando a los dos amantes en sus últimos instantes de intimidad.
Encontraron el cuerpo de la joven a la mañana siguiente. Descansando junto a su amado, aparentando la más tierna felicidad. Realmente, nadie le dio importancia a ese suceso... Christine había perdido el juicio. Su muerte había sido la mejor solución para su sufrimiento -o así lo vieron todos.- De modo que se limitaron a enterrar sus restos junto a la estatua que había servido de reposo para su cadaver.
Lo que nadie notó -o nadie quiso notar- es que, desde esa noche... Las brisas son más frías en el cementerio de Highgate. Y, aquél ángel... Aquél ángel que parecía impasible ante las súplicas de Christine, ya nunca más volvió a sonreir ante nadie.
Aullaron de nuevo los lobos, con tristeza. Y, se cerró aún más la noche dejando a los dos amantes en sus últimos instantes de intimidad.
Encontraron el cuerpo de la joven a la mañana siguiente. Descansando junto a su amado, aparentando la más tierna felicidad. Realmente, nadie le dio importancia a ese suceso... Christine había perdido el juicio. Su muerte había sido la mejor solución para su sufrimiento -o así lo vieron todos.- De modo que se limitaron a enterrar sus restos junto a la estatua que había servido de reposo para su cadaver.
Lo que nadie notó -o nadie quiso notar- es que, desde esa noche... Las brisas son más frías en el cementerio de Highgate. Y, aquél ángel... Aquél ángel que parecía impasible ante las súplicas de Christine, ya nunca más volvió a sonreir ante nadie.
18 de noviembre de 2009
Amor de piedra [3/4]
Hacía demasiado frío como para que su menudo cuerpo pudiera continuar en pie, las rodillas se le retorcían como juncos y, a penas podía mantener una respiración contínua. Se abrazó con fuerza al cuello de la húmeda piedra, pegando su cuerpo al suyo todo lo que sus brazos le permitían entre el tiritar.
Silencio.
-¡Ámame!- Sollozó entre lamentos.- ¡Sé que lo haces! ¡Dímelo, dime que me amas, mi amor! ¡Dímelo!
-¿Quién anda ahí?- El guardia del cementerio saltó alertado por los gritos.La tormenta clamaba. Los truenos rompían la noche como si fueran a partir el cielo en dos.
-¡Ámame mi amor!- Christine besaba con pasión el rostro del impasible ángel, que continuaba inmóvil en la trampa de sus brazos.
- ¡Necesito tu cariño, te necesito!
-¡He preguntado que quién anda ahí!- Se escuchó de fondo el sonido de una escopeta al cargarse.
Los rayos ofrecían breves instantes de luz. Aulló un lobo.
-¡TE AMO!- Imploró Christine con todo su corazón a su amada estatua.
-¡ALÉJATE DE ESA ESTATUA!
Silencio.
No hubo más que eso tras el horrible sonido de una bala que impacta contra la carne.
Los ojos de Christine, cristalinos y llenos de una tristeza desbordante, se abrieron desorbitados por última vez antes de ir perdiendo el sentido. Pese a sus esfuerzos por mantenerse firme, la fuerza de sus brazos fue cediendo hasta que le fue imposible continuar abrazando a su ángel de piedra. El blanco de su camisón fue interrumpido por el rojo de la sangre que resbaló por sus piernas, manchando la estatua y, mezclándose finalmente con los charcos de lluvia al llegar al suelo. El cuerpo casi sin vida de la joven quedó anclado sobre la estatua del ángel que, con la mano extendida parecía que intentaba sostener a la muchacha que frente a ella moría.
- Sé... que... vendrás por mí.- Susurró con su última respiración en la oreja del ángel.
- Te amo...
6 de noviembre de 2009
Amor de piedra [2/4]
Finalmente, con los nervios fluyendo por cada uno de sus poros y la lluvia resbalando por su cara, alzó la vista segura de que había llegado a su ansiado destino. Las comisuras de sus agrietados labios se estiraron hasta formar la más sincera sonrisa que nadie jamás ha visto -ni nadie jamás verá-. Y, ante sus ojos, admiró extasiada la pétrea figura de un ángel.
Una voluminosa estatua se erguía firme frente a la lápida de Beatrice Swan, pero sobre quién se levantaba, no importaba. Con tanta belleza en un solo rostro, era imposible no amar a tan fantástica criatura, olvidando su pedregoso cuerpo. Cada detalle de su figura estaba pulida como si el mismo Dios la hubiera tallado para gozo de los humanos. Esbozaba una pequeña sonrisa que mantenía infinita para cualquiera que deseara disfrutarla. Y sus ojos relucían en mármol bajo los reflejos de la noche que los convertían en intensos imanes de atracción. Tenía sus alas desplegadas, esperando inocentes poder amparar a la primera alma que se dejara caer junto a sus pies. Cubría su cintura con un voluminente brazo de roca mientras que, con la otra, invitaba a cogerse de ella para salir volando a un lugar lejano y lleno de paz. Casi tanta como la que prometía la mirada de aquél ángel.
Y, Christine, no había podido escapar de ella.'¡Es una puta estatua, Christine!' 'Te estás volviendo loca, como tu padre. Y acabarás como él.' 'Christine está sola, esa chica es muy rarita...' 'Niña, ¡Es una maldita piedra!' Comentarios que habían pasado cientos de veces por sus oídos.Pero ¡No! Era imposible que unos ojos tan humanos no pudieran albergar vida. Christine se había pasado noches enteras agarrada de la mano de aquél ángel, paciente, aguardando que la apretara fuerte y sonriera para ella, sólo para ella. Apoyaba su cabeza contra su fornido pecho, segura de que en cualquier momento podría escuchar los latidos de su corazón y, la abrazaría con fuerza. Porque aquella hermosa figura amaba a Christine tanto como Christine la amaba a ella. Y esa era una certeza que vivía en su cabeza y en su esperanza pese a todo lo que pudieran decirle o burlarse.
Era más que una obsesión, más que el gusto por el buen arte. Era un sentimiento que había ido creciendo en su interior con el paso de los años, con el paso de su continua estancia en aquél cementerio. Donde el ángel velaba por ella y la seguía con la mirada allá por dónde caminaba. O al menos, Christine lo sentía así.
Una voluminosa estatua se erguía firme frente a la lápida de Beatrice Swan, pero sobre quién se levantaba, no importaba. Con tanta belleza en un solo rostro, era imposible no amar a tan fantástica criatura, olvidando su pedregoso cuerpo. Cada detalle de su figura estaba pulida como si el mismo Dios la hubiera tallado para gozo de los humanos. Esbozaba una pequeña sonrisa que mantenía infinita para cualquiera que deseara disfrutarla. Y sus ojos relucían en mármol bajo los reflejos de la noche que los convertían en intensos imanes de atracción. Tenía sus alas desplegadas, esperando inocentes poder amparar a la primera alma que se dejara caer junto a sus pies. Cubría su cintura con un voluminente brazo de roca mientras que, con la otra, invitaba a cogerse de ella para salir volando a un lugar lejano y lleno de paz. Casi tanta como la que prometía la mirada de aquél ángel.
Y, Christine, no había podido escapar de ella.'¡Es una puta estatua, Christine!' 'Te estás volviendo loca, como tu padre. Y acabarás como él.' 'Christine está sola, esa chica es muy rarita...' 'Niña, ¡Es una maldita piedra!' Comentarios que habían pasado cientos de veces por sus oídos.Pero ¡No! Era imposible que unos ojos tan humanos no pudieran albergar vida. Christine se había pasado noches enteras agarrada de la mano de aquél ángel, paciente, aguardando que la apretara fuerte y sonriera para ella, sólo para ella. Apoyaba su cabeza contra su fornido pecho, segura de que en cualquier momento podría escuchar los latidos de su corazón y, la abrazaría con fuerza. Porque aquella hermosa figura amaba a Christine tanto como Christine la amaba a ella. Y esa era una certeza que vivía en su cabeza y en su esperanza pese a todo lo que pudieran decirle o burlarse.
Era más que una obsesión, más que el gusto por el buen arte. Era un sentimiento que había ido creciendo en su interior con el paso de los años, con el paso de su continua estancia en aquél cementerio. Donde el ángel velaba por ella y la seguía con la mirada allá por dónde caminaba. O al menos, Christine lo sentía así.
3 de noviembre de 2009
Amor de piedra [1/4]
La noche se había metamorfoseado en un sincronizado vals entre oscuridad y espesa niebla, lo que convertía cualquier paseo nocturno en una inquietante asistencia al virtuoso concierto que ofrecía el tétrico viento entre las hojas secas de los árboles.Pero, nada de aquello impidió a Christine aventurarse por el camino que conducía al cementerio de Highgate. Nada en este mundo podría haber arrebatado el incesante pensamiento que atormentaba su cabeza día tras día: Necesitaba estar con él... Su delicado cuerpo ni se había percatado de la lluvia que martilleaba su piel e iba adoptando un mortecino color violeta. Se estremecían sus extremidades desnudas que el fino camisón de seda no lograba resguardar del viento y, temerosas, tiritaban durante el pedregoso camino. Destrozando sus pies, y mareando el poco equilibrio que le quedaba. Pero Christine no hacía cuenta de todo aquello, lo único a lo que prestaba atención era a las lágrimas que le recordaban con dolorosos gritos que debía estar con él.
Como pudo, llegó a las majestuosas puertas del cementerio. Para su propia fortuna -o eso pensaba ella- la tormenta y el aire habían hecho ceder la cadena que mantenía las dos rejas unidas y con un ágil movimiento de su cuerpo, pudo introducirse en el interior del lugar.
Ya de por sí, aquél terreno Santo le parecía el más hermoso que su vista había tenido el regalo de contemplar. Pero, enlazado con aquella noche cerrada y las pequeñas gotas de agua que lo adornaban todo, sintió que su corazón se emocionaba con tal fuerza que finalmente, no sabía si lloraba de alegría, tristeza o desesperación.Avanzó entre las lápidas y los panteones cuyos tiernos y melancólicos epitáceos se sabía ya de memoria. Christine se conocía cada uno de los rincones de aquél paraje, dónde daba el Sol y la sombra, dónde estaban las lápidas más dulces, quién amaba con más fuerza a su amado difunto y, cada marchita flor que descansaba sobre la hierba.Sus piernas se impregnaron de barro, le costaba continuar y cayó varias veces al suelo víctima del cansancio y las complicaciones del terreno.
El viento le susurraba al oído que avanzara y, animaba a su agotada alma para que se levantara una vez más. La esperanza de descansar junto a su regazo, impulsó a Christine a continuar a pesar de faltarle el aliento.
Como pudo, llegó a las majestuosas puertas del cementerio. Para su propia fortuna -o eso pensaba ella- la tormenta y el aire habían hecho ceder la cadena que mantenía las dos rejas unidas y con un ágil movimiento de su cuerpo, pudo introducirse en el interior del lugar.
Ya de por sí, aquél terreno Santo le parecía el más hermoso que su vista había tenido el regalo de contemplar. Pero, enlazado con aquella noche cerrada y las pequeñas gotas de agua que lo adornaban todo, sintió que su corazón se emocionaba con tal fuerza que finalmente, no sabía si lloraba de alegría, tristeza o desesperación.Avanzó entre las lápidas y los panteones cuyos tiernos y melancólicos epitáceos se sabía ya de memoria. Christine se conocía cada uno de los rincones de aquél paraje, dónde daba el Sol y la sombra, dónde estaban las lápidas más dulces, quién amaba con más fuerza a su amado difunto y, cada marchita flor que descansaba sobre la hierba.Sus piernas se impregnaron de barro, le costaba continuar y cayó varias veces al suelo víctima del cansancio y las complicaciones del terreno.
El viento le susurraba al oído que avanzara y, animaba a su agotada alma para que se levantara una vez más. La esperanza de descansar junto a su regazo, impulsó a Christine a continuar a pesar de faltarle el aliento.
26 de octubre de 2009
La vida ya no es lo que era
- No, no ¡por favor! Aquí viene usted a desahogarse, a que le ayude con sus problemas. El graduado en psicología con sus respectivos másters soy yo, no usted. ¿Cómo? Sí... no, no he pasado buena noche, verá... es mi mujer. Está preocupada. No duerme bien, llora por las noches, se irrita con facilidad... Le extrañará, ¿verdad? ¡siendo yo psicólogo! pero el amor de una madre, no se puede tratar en un par de sesiones y, menos con todo el trabajo que tengo aquí con ustedes. Hago lo que puedo en mi casa. ¿Qué? ¡Ah, sí! La tensión de mi mujer... En fin, es por mi hijo ¡adolescente en toda su plenitud! aunque no haya escogido la más correcta. No es fácil dejar su ropa interior en los cajones y descubrir bolsitas con polvos blancos en su interior, ¿sabe? Sí, creo que sabe a lo que me refiero. Y él se niega a hablar, se niega, se niega y... Pues eso, eso, que se pone nervioso y... obviamente reacciona con un brote agresivo típico en su condición. Yo lo sé porque soy psicólogo, pero... No es lo mismo tratarle a usted que tratar a mi hijo. ¡No, no, no! Disculpe, no se me ofenda usted. Que para nada es molestia escucharle y ayudarle cuanto pueda, es mi profesión. Pero a veces desearía tener más tiempo para mi mujer, mi hijo y... mi hija. Que no sé qué le pasa tampoco, no sé... ¿Tiene usted hijos? ¿Sí? Oh, ¡cuánto me alegro! Espero que no le den tantos problemas como los míos... Y, oh, perdone, no debería de estar aquí con el juego del intercambio de papeles, no corresponde. No, no, de verdad... Sólo que... Supongo que se sentirá desplazada, ¿sabe? Con toda la temática de mi hijo y las drogas, la dejadez de ánimo de mi esposa... Y no sabrá bien qué ocurre, tampoco hemos querido decirle nada ¿entiende? Sí, claro que lo entiende, también tiene hijos. Pues bueno, la chiquilla está deprimida, dejada, arrastra los pies y el alma... Y claro, no quiere hablar con su padre, lógico, y funcionamos a la contestación de '¡deja de psicoanalizarme!' Y no, no ¡no, no! sólo quiero ayudarla. Sólo quiero ayudar a mi familia. Pero... Los días se hacen insoportables. ¿Que por qué? Imagínese el panorama: Mi mujer llorando a mi lado en la cama, mi hijo en su habitación con el mono y mi pequeña pensando en abandonar esta vida creyéndose lejos de nuestro amor. ¿Sabe? A veces pienso que soy yo el único cuerdo que queda en la familia...
Toc. Toc.
- Disculpe, doctor ¿...Con quién habla?
Toc. Toc.
- Disculpe, doctor ¿...Con quién habla?
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