Respétame

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6 de noviembre de 2009

Amor de piedra [2/4]

Finalmente, con los nervios fluyendo por cada uno de sus poros y la lluvia resbalando por su cara, alzó la vista segura de que había llegado a su ansiado destino. Las comisuras de sus agrietados labios se estiraron hasta formar la más sincera sonrisa que nadie jamás ha visto -ni nadie jamás verá-. Y, ante sus ojos, admiró extasiada la pétrea figura de un ángel.
Una voluminosa estatua se erguía firme frente a la lápida de Beatrice Swan, pero sobre quién se levantaba, no importaba. Con tanta belleza en un solo rostro, era imposible no amar a tan fantástica criatura, olvidando su pedregoso cuerpo. Cada detalle de su figura estaba pulida como si el mismo Dios la hubiera tallado para gozo de los humanos. Esbozaba una pequeña sonrisa que mantenía infinita para cualquiera que deseara disfrutarla. Y sus ojos relucían en mármol bajo los reflejos de la noche que los convertían en intensos imanes de atracción. Tenía sus alas desplegadas, esperando inocentes poder amparar a la primera alma que se dejara caer junto a sus pies. Cubría su cintura con un voluminente brazo de roca mientras que, con la otra, invitaba a cogerse de ella para salir volando a un lugar lejano y lleno de paz. Casi tanta como la que prometía la mirada de aquél ángel.
Y, Christine, no había podido escapar de ella.'¡Es una puta estatua, Christine!' 'Te estás volviendo loca, como tu padre. Y acabarás como él.' 'Christine está sola, esa chica es muy rarita...' 'Niña, ¡Es una maldita piedra!' Comentarios que habían pasado cientos de veces por sus oídos.Pero ¡No! Era imposible que unos ojos tan humanos no pudieran albergar vida. Christine se había pasado noches enteras agarrada de la mano de aquél ángel, paciente, aguardando que la apretara fuerte y sonriera para ella, sólo para ella. Apoyaba su cabeza contra su fornido pecho, segura de que en cualquier momento podría escuchar los latidos de su corazón y, la abrazaría con fuerza. Porque aquella hermosa figura amaba a Christine tanto como Christine la amaba a ella. Y esa era una certeza que vivía en su cabeza y en su esperanza pese a todo lo que pudieran decirle o burlarse.
Era más que una obsesión, más que el gusto por el buen arte. Era un sentimiento que había ido creciendo en su interior con el paso de los años, con el paso de su continua estancia en aquél cementerio. Donde el ángel velaba por ella y la seguía con la mirada allá por dónde caminaba. O al menos, Christine lo sentía así.